Todos contemplaron la silla de Poons
Existen sillas de ruedas que son esbeltas y ligeras, diseñasa para que sus propietarios se muevan con independencia y sin problemas en la sociedad moderna. Pero la cosa en la que habitaba Poons, eran como gacelas comparadas con un hipopótamo. Poons era perfectamente consciente de su funcion en la sociedad moderna y, por lo que a él respectaba, consistía en que lo empujaran a todas partes y, en resumidas cuentas, que lo llevaran en palmitas.
Era larga, muy ancha, y se controlaba gracias a una ruedecilla en la parte delantera y un largo mango de hierro fundido. En realidad, el hierro fundido era buena parte de su estructura básica. La silla tenía adornos barrocos de hierro que parecían hechos a partir de tuberías de hierro soldadas. Las ruedas de la parte trasera no llevaban cuchillas afiladas pero daban sensación de que eran un extra opcional. La silla tenía varias palancas de aspecto ominoso, cuyo objetivo sólo conocía el propio Poons. Había también una gran capucha de tela impermeable que se podía levantar en unas pocas horas, y servía para proteger a su ocupante de lloviznas, tormentas y, probablemente, de meteoritos y edificios que se derrumbaran. Quizá para hacerla un poco más simpática, la palanca delantera estaba adornada con un amplio surtido de trompetas, bocinas y silbatos, con los cuales Poons tenía la costumbre de anunciar su paso por los pasillos de los salones de la Universidad. Porque una de las características de aquella silla de ruedas es que hacía falta un hombre musculoso para ponerla en marcha, pero una vez en movimiento, resultaba imparable; quizás tuviera frenos, pero Windle Poons nunca se había molestado en averiguarlo. Tanto el personal docente como los estudiantes sabían que, si oían un bocinazo o un silbido demasiado cerca, su única posibilidad de supervivencia estribaba en aplastarse contra la pared más cercana mientras pasaba el temible vehículo.
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